En alguno de los libros de Roberto Bolaño, el lector podrá encontrar, según la edición, un breve ensayo de lo que el autor de Los detectives salvajes o 2666 creía que era imprescindible para escribir un excelente relato. En esta mínima poética del cuento, Bolaño transita por los autores que cree necesarios leer para culminar una pieza genial del género breve. Sin embargo, lo que sorprende de estos doce consejos son las tres primeras sentencias con las que arranca el escritor chileno.
El primer y segundo consejo que nos lanza Bolaño es que el cuentista mantenga una creación múltiple, que nunca escriba un relato, lo acabe y empiece otro, sino que trabaje en varios simultáneamente, si pausa ni descanso.
“Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de 15 en 15”, explica el escritor en sus dos primeras recomendaciones.
Luego, redunda en dicha sentencia cuando nos alerta de nuevo de la tentación de escribir relatos de dos en dos. Según afirma, es tan dañino como intentarlo de manera individual.
“Lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes”, dice en su tercer consejo.
Una vez enunciadas estas tres premisas, Bolaño nos acerca a los escritores que él piensa que son referentes ineludibles de la narrativa breve. En su cuarta receta, nos aconseja la lectura de las obras de Horacio Quiroga, de Felisberto Hernández, Jorge Luis Borges o Augusto Monterroso; también de Julio Cortázar o Bioy Casares. Y, luego, lanza un feroz dictamen en el cuarto punto.
“Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura”, reitera.
Según avanzamos en estas 12 instrucciones para escribir un cuento de Bolaño, nos tropezamos con otro consejo casi emitido a grito pelado, justo en el ecuador de la decena de dictámenes:
“Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así”, apostilla el escritor chileno.
Poco a poco, esta docena de sentencias nos aproxima a más lecturas imprescindibles. Y de manera implícita, Bolaño nos conmina a que evitemos la imitación literaria de nuestros referentes.
“Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!”, asegura en su séptimo apartado.
A continuación, su prédica número nueve nos pide que leamos a Petrus Borel o que vistamos como él; pero, además, casi exige -en un tono imperativo e irónico- que nos adentremos en las obras de Jules Renard, Marcel Schwob, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges.
“Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas”, escribió el autor chileno.
Con estas palabras llega al punto número diez para retroceder al anterior. El punto número nueve enuncia a otro de los grandes del relato. No es sino Edgar Allan Poe. Bolaño dice que con la lectura de sus obras “todos tendríamos de sobra”.
Entre los libros y autores “altamente recomendables”, el autor chileno nos aconseja en su undécimo aforismo didáctico lo sublime del Seudo Longino o los sonetos del “desdichado y valiente” Philip Sidney. Asimismo, rememora la lectura de La antología de Spoon River (Edgar Lee Masters) o Suicidios ejemplares (Enrique Vila-Matas).
Por último, aparece en el ensayo de Roberto Bolaño un mensaje para iniciados bajo el epígrafe número 12 de cierre. Nombra así a dos de los maestros del cuento contemporáneo, las plumas que, a un lado y otro del Atlántico, han marcado los pasos del género.
“Lean (…) también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo”, finaliza Bolaño.
El primer y segundo consejo que nos lanza Bolaño es que el cuentista mantenga una creación múltiple, que nunca escriba un relato, lo acabe y empiece otro, sino que trabaje en varios simultáneamente, si pausa ni descanso.
“Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de 15 en 15”, explica el escritor en sus dos primeras recomendaciones.
Luego, redunda en dicha sentencia cuando nos alerta de nuevo de la tentación de escribir relatos de dos en dos. Según afirma, es tan dañino como intentarlo de manera individual.
“Lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes”, dice en su tercer consejo.
Una vez enunciadas estas tres premisas, Bolaño nos acerca a los escritores que él piensa que son referentes ineludibles de la narrativa breve. En su cuarta receta, nos aconseja la lectura de las obras de Horacio Quiroga, de Felisberto Hernández, Jorge Luis Borges o Augusto Monterroso; también de Julio Cortázar o Bioy Casares. Y, luego, lanza un feroz dictamen en el cuarto punto.
“Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura”, reitera.
Según avanzamos en estas 12 instrucciones para escribir un cuento de Bolaño, nos tropezamos con otro consejo casi emitido a grito pelado, justo en el ecuador de la decena de dictámenes:
“Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así”, apostilla el escritor chileno.
Poco a poco, esta docena de sentencias nos aproxima a más lecturas imprescindibles. Y de manera implícita, Bolaño nos conmina a que evitemos la imitación literaria de nuestros referentes.
“Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!”, asegura en su séptimo apartado.
A continuación, su prédica número nueve nos pide que leamos a Petrus Borel o que vistamos como él; pero, además, casi exige -en un tono imperativo e irónico- que nos adentremos en las obras de Jules Renard, Marcel Schwob, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges.
“Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas”, escribió el autor chileno.
Con estas palabras llega al punto número diez para retroceder al anterior. El punto número nueve enuncia a otro de los grandes del relato. No es sino Edgar Allan Poe. Bolaño dice que con la lectura de sus obras “todos tendríamos de sobra”.
Entre los libros y autores “altamente recomendables”, el autor chileno nos aconseja en su undécimo aforismo didáctico lo sublime del Seudo Longino o los sonetos del “desdichado y valiente” Philip Sidney. Asimismo, rememora la lectura de La antología de Spoon River (Edgar Lee Masters) o Suicidios ejemplares (Enrique Vila-Matas).
Por último, aparece en el ensayo de Roberto Bolaño un mensaje para iniciados bajo el epígrafe número 12 de cierre. Nombra así a dos de los maestros del cuento contemporáneo, las plumas que, a un lado y otro del Atlántico, han marcado los pasos del género.
“Lean (…) también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo”, finaliza Bolaño.