La ficción y la
no ficción
Como
ya vimos en la primera sesión, en la que leímos el cuento El departamento de
Fernando Ampuero, la ficción altera la realidad o inventa una realidad alterna
(sucesos que quizá nunca ocurrieron u ocurrieron de otra manera): “Desconozco
si la versión que doy ahora exagera o atenúa algunas escenas. Con
otros que la oyeron, aparte de los hechos en sí, coincido en el patetismo. Mi
versión, desde luego, añade detalles previsibles: ojeras, dolores de estómago y
otras lógicas e inevitables miserias humanas”, el narrador de la historia nos advierte que
no será fiel a lo ocurrido (si es que ello alguna vez ocurrió). Eso es la ficción:
invención, alteración, cosa fingida pero que pretende pasar por cierta. Vargas
Llosa lo sintetiza así: las ficciones son mentiras que ocultan una profunda
verdad.
La "no ficción", en cambio, aspira al retrato
fiel de la realidad. Así apareció el “Nuevo Periodismo”, el “Periodismo
Literario” o “Periodismo Narrativo” que cuentan sucesos verídicos pero, al
narrarlos, se ‘prestan’ las ‘maneras’ del cuento o la novela y, de esta forma, le otorgan un halo ‘literario’ a lo narrado.
Este comienzo (que es totalmente real), por ejemplo, bien podría ser el
arranque de una ficción:
De pronto, un hombre ingresa al local cargando dos pesadas bolsas de plástico negras. Es moreno y delgado, frisa los cincuenta años. Antes de hablar, enjuga su frente con un pañuelo blanco y se rasca su bien cortado bigote entrecano:
—A ustedes les dicen los alquimistas.
El inicio de la narración pretende contar
una historia y ‘enganchar’ al lector como si se tratara de una ficción. Sin
embargo, si queremos hacer una crónica periodística (una entrevista, un perfil, etcétera) no debemos exagerar ni
atenuar nada de lo que vemos, oímos o sentimos, pues el periodista (el buen
periodista) debe realizar una labor que es la antítesis de la del novelista: no
mentir. César Hildebrandt señala que un periodista cabal debe “notariar la
realidad, no endulzarla”. Él entiende que la entrevista y la crónica son los
dos géneros-madre del periodismo: “la crónica escudriña la realidad y la
entrevista aguaita a las personas, pero en ambas lo que prevalece es una
mirada, una voluntad, un carácter que, en la crónica, mira las cosas y, en la
entrevista, habla con quien cree que puede decir algo”.
¿Por qué Gabriel García Márquez es considerado
un maestro del periodismo? Porque sabe (o, en todo caso, ha sabido) aprovecharse de su talento de narrador
de ficciones para contarnos grandes verdades: entrevistas, crónicas, perfiles, etcétera. Esto no significa que todos los
escritores sean buenos periodistas (muchísimos ni siquiera han llegado a ejercer el periodismo), sino que cuentan con mejores armas (técnicas narrativas) para
describirnos (escudriñar) la realidad real. Hay que saber diferenciar las cosas: «Un reportaje es un cuento totalmente fundado en la
realidad, como el cuento tiene bases en la realidad sin lugar a dudas. La
ficción: Ninguna ficción es totalmente inventada siempre son elaboraciones de
experiencias. El periodismo es una etapa más del desarrollo de mi vocación
definitiva de contar cosas», sentencia el autor de Cien años de soledad.
NO FICCIÓN:
LOS ALQUIMISTAS DELA
CALLE SAN JOSÉ
LOS ALQUIMISTAS DE
Por Orlando Mazeyra Guillén
De pronto, un hombre ingresa al local
cargando dos pesadas bolsas de plástico negras. Es moreno y delgado, frisa los
cincuenta años. Antes de hablar, enjuga su frente con un pañuelo blanco y se
rasca su bien cortado bigote entrecano:
—A ustedes les dicen los alquimistas.
—¿Por
qué? —pregunta, entre sonriente e intrigado, el señor Alberto Ramírez, quien
por sus ademanes de bienvenida delata que ya conoce al sujeto en cuestión, que
empieza a sacar deprisa libros de segundo uso de las bolsas que trae consigo.
—Porque en mis manos esto no vale nada
—se lamenta tomando un viejo ejemplar de Ada
o el ardor de Vladimir Nabokov—. En cambio, en las manos de ustedes se
vuelve oro.
Las risas festivas no tardan en hacerse
presentes en este recinto en el que uno, a pesar de los reparos de muchos
—algunos libros son muy caros, el aspecto es el de una decadente librería de
viejo con sólo algunas novedades, etcétera—, se puede liberar de las anteojeras
provincianas y sentirse de veras cosmopolita: la librería Aquelarre, el orgullo
de dos hermanos que, aunque de familia arequipeña, nacieron en Puno: Tommy (1943)
y Alberto (1950). Ambos administran este negocio atestado de anaqueles, ubicado
en la segunda cuadra de la céntrica calle San José que en el techo del vetusto
local muestra el símbolo taoísta del bien y el mal. En dos mesas largas y
espaciosas descansan desordenadas publicaciones de toda laya y en una pequeña
—del tamaño de una mesa de noche— está la caja chica bajo la atenta vigilancia
del hermano mayor, Tommy. A la izquierda, un falso ropero negro oculta el
sanitario de donde, si la ocasión lo amerita, se pueden conseguir algunos vasos
descartables, para brindar con la bohemia o los concurrentes de turno.
Aquelarre cumple tres décadas
La inauguración de la librería se remonta
al año 1982, en un local alquilado en la calle San Juan de Dios. La iniciativa
de los hermanos Ramírez proviene de una vocación fundamental por la lectura, un
hábito que cultivaron desde muy pequeños, alentados por sus padres: primero,
fueron revistas, cómics y, luego, pasaron a los libros. Posteriormente, ya en
Arequipa, ambos terminan la secundaria y el mayor de ellos, Tommy Ramírez,
después de su paso por el Colegio Militar Francisco Bolognesi, siguió cursos en
la Escuela de
Literatura en la UNSA. Ahí
enriquece sus lecturas y conoce la narrativa peruana (Arguedas, Alegría, entre
otros) y en sus años agustinos estalla el boom de la literatura
latinoamericana.
De las movidas literarias de aquellos
tiempos él recuerda que había mucho interés tanto
por promover la creación literaria como la lectura. Los hermanos Cornejo Polar
eran personas muy activas y organizaban diversos eventos a los cuales el propio
Ramírez asistió, entre ellos el encuentro nacional de narradores en el cual
estuvieron José María Arguedas y Mario Vargas Llosa: «Con amigos poetas, Ana
María Portugal y Óscar Valdivia, sacamos una revista cultural llama Homo, donde le hicimos un
homenaje a Arguedas, publicamos trabajos de Javier Heraud, con textos inéditos
de César Calvo. A su vez, en el diario El
Pueblo tenía la columna diaria y los domingos manejaba la página cultural,
comentaba libros y actividades culturales. En Lima, colaboré con Caretas, Oiga y tuve la
oportunidad de recibir publicaciones de Uruguay, Venezuela, México, Argentina
que, en su momento, reseñé y así fui enriqueciendo mi biblioteca y acariciando
la idea de abrir una librería en Arequipa».
Le pregunto por qué abandonó la carrera de
literatura y en su respuesta hay un relente de desazón: «Me di cuenta de que no
colmaba mis expectativas. A pesar de la calidad de los maestros, pues en los
años sesenta era muy superior a la actual. Además, luego también estuve
llevando cursos en la
Universidad Mayor de San Marcos, donde tuve maestros como
Edgardo Rivera Martínez, pero, como decidí volver a Arequipa, abandoné la
carrera».
En el año 1982, los hermanos Ramírez
vuelven a Arequipa y fundan Aquelarre, la librería lleva ese nombre porque le
querían rendir un homenaje a esa generación de artistas arequipeños —los poetas
Percy Gibson y César Atahualpa Rodríguez fueron los fundadores— que solían
reunirse a la luz de la luna. Luego se trasladan de San Juan de Dios a un local
en la primera cuadra de San José y, desde hace ocho años, operan en la segunda
cuadra.
¿Por qué nace Aquelarre? Básicamente, para
hablar de libros y ponerlos al alcance del lector de a pie, para compartir
cultura, difundir corrientes de pensamiento. «Cada época despierta un
determinado interés. En los ochenta, por ejemplo, cuando abrimos la librería
había mucho interés por los aspectos político-sociales y teníamos muchos libros
de esos temas (economía, sociología, política, marxismo). Eso ya ha ido
cambiando. Últimamente, hay interés por la literatura de autoayuda, la medicina
alternativa».
Punto de encuentro
Aquelarre va más allá de proveer libros a
los eventuales compradores, pues aglutina a lectores ávidos y a potenciales
escritores. «Ese ha sido uno de los logros más importantes que ha tratado
siempre de infundir esta librería: no ser sólo un lugar de exhibición y venta
de libros, sino también un punto de encuentro de escritores jóvenes y mayores,
donde se pueda hablar absolutamente de todos los temas, incluso confidencias e
intimidades. Y hablamos de escritores no sólo de Arequipa, sino de toda la zona
sur: Puno, Cusco, Tacna, etcétera, con los cuales hemos establecido lazos muy
fuertes y siempre que vuelven a Arequipa nos visitan».
¿Cuál ha sido la mayor alegría que le ha
dado este oficio de librero? La de conocer a gente extraordinaria, personas muy
valiosas y también la posibilidad de haber brindado libros a escritores en
ciernes. Por ejemplo, Carlos Herrera, quien compró en Aquelarre sus primeros
libros. Ahora él es diplomático y ha publicado algunas interesantes novelas.
Mario Vargas Llosa ha estado también en la librería. El antropólogo Luis
Lumbreras o su colega Luis Millones, pintores como Luis Palao Berastain.
Además, por su propia labor en el periodismo cultural, Tommy Ramírez pudo
conocer en Lima a Blanca Varela, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson,
editores como Carlos Milla Batres y Juan Mejía Baca.
Pero este oficio no está exento de
inconvenientes: «El primer problema es el económico. La gente que se interesa
por la lectura sigue siendo una minoría. Una minoría que no crece en la medida
en que uno anhela. Y, a pesar de eso, los factores económicos impiden traer
nuevos libros que uno quisiera tener en la librería, pues la producción
literaria es inmensa tanto en España como en Argentina y México. Hay muchos
títulos de indudable calidad literaria que, como no son comerciales, no llegan
al Perú y eso sí, como librero, me produce un sinsabor tremendo».
Ahí aparece el fantasma de quedar
desactualizado, sin novedades en el escaparate. «Es un peligro latente, pues
por más que uno quisiera, no va a poder satisfacer sus expectativas personales
ni mucho menos —como es obvio— la de todos los visitantes».
Un regalo de la vida
—Así como hay días con muchos compradores, también habrá otros en que no viene
nadie —le comento a Tommy Ramírez.
—Sí,
pero eso es lo normal —lo reconoce sin hacerse problemas—. No preocupa tanto.
Además, aprovechamos para leer todo el material que tenemos acá y lo nuevo que
conseguimos, pues el lector, salvo excepciones, viene con ideas muy vagas, por
eso un librero tiene que estar muy enterado sobre las novedades, porque de lo
contrario no vende. Alguien viene y me dice: «quiero un libro de tal autor o
alguien que se parezca a tal autor». Uno tiene que saber cómo escribe ese
autor, sobre qué escribe, qué temas aborda, etcétera, para poder hacer
sugerencias idóneas. En ese sentido éste no es un negocio, es, más bien, un
placer. Un lector enterado o uno no tanto pero inquieto, es como un regalo que
nos da la vida. Aunque te confieso que los auténticos libreros están en
extinción. En el Perú, el último que yo conocí fue Juan Mejía Baca que ya murió
hace muchos años.
—¿Lee todos los días?
—Sí, poesía, narrativa y filosofía. Y mi hermano Beto lee mucho sobre ciencia y
esoterismo. Entre mis favoritos están William Blake, Baudelaire, Rimbaud,
poesía hispanoamericana: la mexicana con Octavio Paz y José Emilio Pacheco, la
peruana con la generación del cincuenta, la chilena con los clásicos como
Huidobro y Neruda. En narrativa, Borges, Cortázar, Kafka, Thomas Mann, me gusta
mucho Roberto Bolaño, también Osvaldo Soriano.
—¿Alrededor de cuántas publicaciones hay en Aquelarre?
—Unos cinco mil libros.
—¿A un lector novísimo qué ficción le recomendaría?
—El cuento siempre es el primer paso, desde los peruanos como Valdelomar, López
Albújar, Ventura García Calderón hasta los latinoamericanos como Borges,
Cortázar, Rulfo, Onetti, para no hablar de cuentistas europeos que también son
magníficos. Sin embargo, yo prefiero que lean primero literatura
hispanoamericana porque creo que es una forma de conocernos mejor a nosotros
mismos, de valorarnos y de dejar de estar mirando tanto a Europa, sin
desestimar, desde luego, el gran aporte cultural de los europeos.
—¿Qué le ha dado la lectura de tantos libros?
—Me ha enriquecido, tengo una visión del mundo mucho más amplia, pero es
difícil poder expresarlo en palabras. Es como viajar por muchos países y por
distintas épocas.
—También la posibilidad de interactuar con lectores y autores un tanto
excéntricos.
—Esos son los que me interesan realmente —confiesa el librero—, y no aquellos
que están adocenados. Porque hay lectores muy parametrados, fosilizados, que
leen siempre lo mismo, que no se sienten capaces de experimentar. Yo creo que
en literatura hay que estar experimentando en forma constante.
Aquelarre es también un espacio para la fabulación oral, como se da en el caso
de Álvaro, asiduo concurrente a la librería, que afirma saber por fuentes
fidedignas la historia de un zambo que sodomizó al premio Nobel arequipeño y
que, gracias a esa experiencia, éste pudo narrar los encuentros homoeróticos de
Paul Gauguin en El paraíso en
la otra esquina, ésa es la clase de lector que a pesar de muchas lecturas
no entiende la distancia entre la realidad y la ficción, o simplemente no las
puede separar: «Mi amigo Álvaro es un hombre con una imaginación desbordante y
que no cree en nadie. Es un heterodoxo total, no cree en las vacas sagradas ni
en los autores consagrados. Y eso, en el fondo, es bueno. A mí,
particularmente, me preocupa cuando veo a un joven entre los quince y los
treinta años con ideas fijas, prejuicios, o con endiosamientos ciegos… cuando
recién han comenzado a leer se fijan parámetros muy rígidos… si la literatura
va a servir para eso, yo creo que están leyendo mal».
—¿Aquelarre en una palabra?
—Libertad. Este es un lugar libre. Acá los libros están a disposición del
público, para que el lector los revise, les dé un vistazo, y no con bolsas de
plástico como en otros lados.
—¿Por qué se leen tan pocos libros?
—Creo que la televisión ha ganado al lector joven.
—¿Internet?
—Me parece muy bien que también se lea gracias a las computadoras y al fenómeno
de internet. Antes, para informarse de un autor había que buscar catálogos,
revistas, en Lima me regalaban los suplementos dominicales de Argentina o Chile
para poder saber qué se publicaba en esos países. Recuerdo que cuando Heinrich
Böll ganó el Premio Nobel de literatura en 1972 nadie sabía en Arequipa quién
era él y era complicadísimo tener información sobre el autor. Ahora es más
difícil pretender ser el gurú de la cultura, o el zar de la literatura, el que
dictamina qué es lo que se debe leer.
Arequipa no ha sido fundada literariamente
«Arequipa es un ámbito novelístico sin
explorar, territorio virgen, salvos algunas cosas muy fragmentarias hechas en
el siglo XX», asevera convencido. Le recuerdo que el escritor chileno Alberto
Fuguet escribió que Mario Vargas Llosa fundó literariamente a Lima. Así que es
probable que todavía no se haya fundado a Arequipa en el terreno de la ficción:
«Definitivamente no ha sido fundada, hay novelas de María Nieves y Bustamante,
Edmundo de los Ríos. Sin embargo es muy poco lo escrito sobre Arequipa y espero
que los nuevos novelistas hagan algo al respecto».
—¿Acaso son ustedes alquimistas como dice el señor? —le pregunto a Tommy
Ramírez, que acaba de pagarle al desavisado vendedor de libros de segunda mano
apenas siete soles con cincuenta céntimos por una de las mejores novelas de
Vladimir Nabokov: Ada o el
ardor. Y el dueño de
Aquelarre muestra una sonrisa cómplice. Entonces yo entiendo que no se trata de
alquimia sino, precisamente, de algo tan elemental como leer para saber
—aquilatar, apreciar, atesorar— lo que uno tiene en las manos. La diferencia
entre alguien que lee y alguien que se exonera de esta placentera actividad, se
hace patente una vez más y, sin duda, resulta aleccionadora. Aquella novela de
Nabokov siempre valdrá oro, pero recién ahora —¿otra vez?— está en buenas
manos. Tommy Ramírez luego de rescatarla, acude a su caja chica pero, en esta
ocasión, en vez de dinero saca una vieja fotografía, en blanco y negro:
—¡Mírame! —exclama y lo reconozco vistiendo una de aquellas guayaberas
predilectas de Gabriel García Márquez y al lado de nada menos que Julio
Cortázar—. Acá estoy con un auténtico alquimista, ¿no crees?
Arequipa, enero de 2012.
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